viernes, 26 de agosto de 2011

bref

Tus niños con las glándulas abiertas y calientes
por el cuchillo de sus madres y fue crucificado muerto
y sepultado ardiendo por los ojos sólo donde al ocaso ahogan
gansos asados y anegados en vino y sepultado
que abrumaron de maíz en gallineros perfumados
el delantal repleto de persil bolsillos grasos
de raíces que lamen las glándulas cada vez más abiertas.

Y fue crucificado muerte en el aspa
de las piernas abiertas puerta del líquido y la luz
para que naveguemos en cuchillos ésa es la claridad
de tus niños ahogados entre mojadas raíces ahora sí
hasta el fondo del mar muerto y sepultado
fue crucificado pero no tu vientre pero no tu delantal
pero no el vino ahogado antes de llegar hasta tu boca.

Es el huracán ha cerrado la espora sepultado
para poner su grano de maíz en la tierra entreabierta
caliente acuchillada y fue crucificado cose pues ya tu raja hongo
para crecer y ser pistilo aspado acuchillado y fue crucificado
muerto y sepultado y al día tercero
oh caso de sólido vino no corrompido entre los muertos
tú resucitarás entre calientes panochas.

(Félix de Azúa: Lengua de cal, 1972)

jueves, 11 de agosto de 2011

VIII

cuando el infalible sueño con su veneno mortal
nos despoje de la lenta tranquilidad

y Aquel sin Cuyo favor nada es ni está
(a quien llaman Amor) haya de manar
de la muda inmensidad del abismo voraz,

con el estruendo de Su salvaje aletear,

en el extenso y luminoso dominio feudal
–no sonreiré alma mía;no habré de llorar:

cuando de tu menos-que-pálida cara
(cuyos ojos heredan el vacío)
el tiempo extraiga
su maldito insignificante destino,
cuando bellamente tu hocico
no bese nada
y cuando tus garras
arañen tímidas

el silencio más allá del misterio de la rima

(E. E. Cummings:
«Sonetos-Irrealidades»,
&, 1925,
traducción-perversión)

jueves, 4 de agosto de 2011

la noche de los cincuenta libros

Hice mi plan.


«Me encerraré entre los murallones de una fortaleza que levantaré con mis propias manos en el corazón de la montaña. Me serviré por mí mismo. Ni un criado, ni un amigo, ni un simple visitante, ¡nadie! Sembraré y cultivaré aquello que haya de comer y haré venir hasta mis dominios el agua que haya de beber. Ni un festín, ni una tertulia, ni un paréntesis, ¡nada! Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquiera otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las virtudes. Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas… Nutriré a los hombres de morfina, peste y hedor. Mas no conforme con eso, daré vida a los objetos, devolveré la razón a los muertos, y haré bullir en torno a los vivos una heterogénea muchedumbre de monstruos, carroñas e incongruencias: niños idiotas, con las cabezas como sandías; vírgenes desdentadas y sin cabello; paralíticos vesánicos, con los falos de piedra; hermafroditas cubiertos de fístulas y tumores; mutilados de uniforme, con las arterias enredadas en los galones; sexagenarias encintas, con las ubres sanguinolentas; perros biliosos y castrados; esqueletos que sangran; vaginas que ululan; fetos que muerden; planetas que estallan; íncubos que devoran; campanas que fenecen; sepulcros que gimen en la claridad helada de la noche…Vaciaré en las gargantas de los hombres el pus de los leprosos, el excremento de los tifosos, el esputo de los tísicos, el semen de los contaminados y la sangre de las poseídas. Haré del mundo un antro fantasmal e irrespirable. Volveré histérica a cuanta criatura se agita».

(Francisco Tario: La noche)